sábado, 16 de enero de 2016

Historias con maletas

Pseudoviaje (143/365) Fran Parra Carrión



CRIMEN EN EL HOTEL RITZ

            Estaba el mayordomo sentado en el sofá del salón principal cuando vio su objetivo, la persona que había buscado tanto tiempo, y aprovechó para entrar en acción.

            Era una noche fría y tranquila, cosa muy rara en New York, y James, después de una ajetreada tarde en su oficina, marchaba hacia el hotel, agotado y nervioso por no haber encontrado las pruebas que tanto necesitaba. Una vez allí se puso cómodo y, de repente, recibió una llamada de su compañero, que le dijo que al día siguiente tenía que tomar un vuelo para París, allí los esperaban para resolver el crimen.

            A la mañana siguiente, James se dirigió al aeropuerto para coger el primer avión de las 8. Una vez dentro del avión se percató de que no había llevado su preciada Sansonite, oscura y cuadrada, de terciopelo, en la que llevaba su equipo para el trabajo y el dinero necesario para alojarse en París. Al llegar a París se encontró con su compañero, que le explicó lo que sabía del sospechoso y del crimen, pero él le contestó que se había dejado la maleta en New York. Al día siguiente recibió un envío urgente desde los E.E.U.U., su maleta, y rápido se puso manos a la obra.

            Al llegar al hotel Ritz de París, que era donde se había producido el crimen, se pusieron a investigarlo. La forense les explicó que el cuerpo era de un varón, de unos treinta años, que se alojaba en el hotel, con mil euros y que no se le conocía enemigos. La muerte se había producido con un objeto punzante, posiblemente un cuchillo o unas tijeras, y había podido suceder a media noche. Seguidamente, fueron a buscar testigos.

            Los testigos eran el mayordomo, el escritor y la cocinera. El mayordomo contó a James que fue el escritor quien había matado al varón pero, la cocinera desmotó la versión de éste y explicó a James que vio al mayordomo matar al varón con la pluma blanca del escritor para incriminarlo.

            Finalmente, James encontró el arma del crimen escondida en la habitación del mayordomo y éste confesó que lo había hecho porque era el amante de su mujer.


Andrés HerediaMiranda Remensal, Juan Antonio López, José Carlos Schiffer  2ºB



LA MISTERIOSA MALETA

Cuando llegamos a nuestra nueva casa el camión de la mudanza seguía descargando los muebles, entre ellos, el sofá, las sillas, los cuadros familiares, la mesa...
En la casa de al lado vimos a una anciana que estaba arreglando su jardín, cuando nos dispusimos a entrar, dirigí los ojos hacia la señora y me echó una mirada escalofriante que me dejó helada, por fin entramos en la casa.
Mientras nuestros padres organizaban la mudanza, mi hermano Alberto y yo fuimos a la planta de arriba por unas escaleras de maderas chirriantes, comenzamos a escoger habitación. Yo me elegí una cercana al baño, era pequeña y alargada de blancas paredes y altos techos de color rosa algo desgastado, tenía una pequeña ventana que permitía ver el jardín trasero de la casa de al lado. En cambio, mi hermano, se eligió una habitación amplia de color azul. En este caso no tenía ventana, pero había una cama, una mesita de noche con el tapizado blanco y una lampara muy antigua.
Fui a la planta de abajo, al comedera, a ayudar a poner la mesa, mientras mi hermano seguía investigando la casa. Cuando bajó, le preguntamos qué estaba haciendo, Alberto nos respondió que estaba jugando en su cuarto, luego comenzamos a comer.
Tres horas más tarde, al atardecer, mi hermano subió a jugar, le perseguí y me fije que ya no estaba en su cuarto. Esperé unos minutos comprendí que se había escondido en el desván. La puerta estaba abierta. Subí por las escaleras, que se dirigía hasta allí, el encontré jugando con una maleta.
Cuando me vio salió corriendo, dejándolo allí junto a mi. Encontré fotos de una familia que al parecer  había vivido en esta casa, porque al fondo de la fotografía aparecía su fachada, también había un cuchillo con sangre seca. Me asuste mucho y pegue un grito que se extendió por toda la casa. Mis padres gritaron mi nombre -¡Andrea!- con un tono preocupado. Les informé de que no me pasaba nada. Seguí investigando y descubrí unos guantes con encajes antiguos. Decidí ordenarlo todo y empecé con las fotos que estaban fechadas y en una faltaba el pequeño de la familia y el resto me fijé que estaban vestidos de negro, y en esa misma foto, por detrás, estaban los nombres de la familia. Me di cuenta que tenía el mismo apellido que nosotros y los nombres eran los mismos pero ingleses, Peter, Mary, Albert, Andrea, como yo.
Encontré la misma foto  pero esta tenía algo peculiar, tenía los rostros quemados con una cerilla, escuché que mi madre subía las escaleras y recogí todo corriendo para continuar más tarde.
Llegó la noche llena de maullidos de gatos, puertas chirriantes y noté una mano despertándome, abrí los ojos era mi hermano y me susurró con voz temblorosa: “Hay alguien en mi cuarto”.
Nos levantamos para mirar. Por el pasillo se oía unas ruedas de un coche de juguete. Entramos en el cuarto de mi hermano pequeño y vimos un niño jugando, era Albert, y esta era su casa. Nos advirtió que nos fuéramos, que corríamos peligro. Nos contó su historia. Ellos vivían allí habían sido asesinados poco a poco por su abuela.
Él antes de haber sido asesinado había jurado venganza, y prometió que a ellos no les pasaría lo mismo. Esa mañana nos despertamos a causa de un fuerte olor a quemado y sirenas de bombero, miré por mi ventana, la casa de mi vieja vecina estaba en llamas...

Paula Cruz, Andrés Ruiz, José Manuel García Cira 2ºB

EL ENIGMA DEL PACÍFICO

- Ahí hay una maleta. Vamos a abrirla (PRR)
- ¿Pero qué es...?
                       .    .     .

Me desperté por culpa de la luz del sol. Cuando abrí los ojos no podía ver bien debido a la claridad de ese maravilloso día. Cuando mire a mi derecha, me encontré una sombra con forma humana, me asusté. Estuve un rato contemplándola hasta que se despertó. En ese momento pude observarla, sus ojos eran azules, como el color del cielo en un día despejado. Por un momento, pensé que sus cabellos estaban formados por lingotes de oro. Era tan distinta a mí… yo tenía el pelo oscuro como el chocolate, mis ojos también oscuros como la noche eterna.

Me enamoré a primera vista, fue instantáneo. Cuando fui capaz de habar le pregunté sobre su identidad, se llamaba Martina y tampoco sabía cómo había llegado allí, le dije mi nombre, Alejandro.

Estuvimos hablando y decidimos dar una vuelta por la isla para ver lo que había en ella. Poco a poco nos hicimos amigo, al cabo de una hora nos encontramos un manantial de agua dulce. Decidimos que allí sería una buena zona para la noche y como ya estaba anocheciendo, decidimos que yo encendería el fuego y ella buscaría alimentos y materiales para el refugio.

Pasó la noche y para nuestra sorpresa, al despertar, nos encontramos un mensaje oculto en una botella. En el mensaje ponía:`` Si el camino de vuelta queréis encontrar, el mapa debéis de hallar´´

En ese momento decidimos empezar a investigar. Buscamos y buscamos pero nada encontramos. Nos sentamos en unas rocas para descansar. Volvimos al manantial para recoger comida y demás.

De repente, Martina se quedó mirando una piedra detrás del manantial. Cuando pregunté qué pasaba, salió corriendo y dijo: ``Aquí está el mapa´´.

En efecto el mapa estaba tallado en la piedra. Ponía que fuéramos a la cueva que había en los acantilados. En el camino tuvimos que soportar ráfagas de viento y nos mojamos, pero llegamos. Había una cruz en el suelo. Empezamos a cavar y nos encontramos una maleta.

- Vamos a abrirla (PRR)
- ¿Pero qué es...?

Paula Gil, Abel Vargas, Pablo Pérez, Lucía Ludeña, 2º B

LA MALETA DE ÉL Y ELLA


La conocí en el colegio cuando teníamos 3 años. Su pelo era azabache y rizado, sus ojos azules como el mar. Tenía la nariz chata y la sonrisa más brillante que mis ojos jamás habían visto. Era una chica muy alegre y simpática. Y desde aquel momento mi mirada se perdió en su sonrisa.  Comenzamos a ser los mejores amigos. Siempre estuvimos juntos en el colegio, éramos como hermanos.

Un día cuando teníamos 12 años, quedamos para ir al centro comercial, como hacíamos muchas tardes. Entonces vimos aquella maleta en la que nuestra historia comenzaría. Era una maleta bastante sencilla. Era de cuero negro y en algunos lugares tenía algo de terciopelo. Estaba repleta de corazones de distintos colores y tamaño. Tenía un tamaño ideal. No sabíamos exactamente por qué ni qué haríamos con ella, pero la compramos. Ella propuso que guardáramos ahí todos nuestros recuerdos y que algún día la abriéramos y viéramos todo lo que había sido nuestra vida. Me pareció una idea bonita, así que acepté. Lo primero que metimos fue el ticket de la maleta y la etiqueta, para recordar el día que la adquirimos. Más adelante metimos cosas sencillas como notas bonitas, o regalos sencillos.
Siguieron pasando los meses y, aquella maleta nos abrió los ojos para darnos cuenta de que estábamos hechos el uno para el otro. Ese día, cuando empezamos a salir, le regalé un peluche unas flores artificiales, que metimos a nuestra maleta de los recuerdos. El día que nos dimos nuestro primer beso estábamos en el cine. Fue un beso muy dulce. Yo metí las entradas de aquel día en nuestra maleta. Estuvimos saliendo durante años.
Decidí dar el gran paso, y quería formar una familia con ella. Le pedí matrimonio. Nuestra boda fue algo impresionante, mágico y que nunca olvidaríamos. Ella guardó el tocado que llevaba aquel día junto a su velo; yo, en cambio,  guardé mi corbata, entre otros muchos recuerdos de aquel día.
Compramos una bonita casa y al poco tuvimos a nuestro primer hijo. Después llegaron las gemelas. Éramos una familia muy feliz. Mi mujer y yo decidimos que deberíamos guardar recuerdo de nuestros hijos también, porque ellos formaban parte de nuestra familia también. Metimos cosas como sus primeros chupetes o biberones, o incluso dibujos que nos hicieron cuando habían crecido algo más. No queríamos que descubrieran nuestra maleta así que la escondimos debajo de nuestra cama, porque, aunque sabíamos que podían mirar allí, sabíamos que nadie rebuscaría dentro de una maleta cualquiera.
Nuestros hijos crecieron y formaron su propia familia. Siempre venían a visitarnos y nos ponía muy feliz ver a nuestro nietos crecer, y a nuestros hijos madurar. Guardábamos en nuestra maleta cosas como fotos, o cartas, o incluso facturas porque también queríamos recordar nuestros malos momentos.
Al ir pasando el tiempo, nuestros hijos por sus motivos, no podían venir a vernos tan a menudo. Entonces, mi mujer y yo, pasamos más tiempo solos Cuando ambos enfermamos, nuestra familia nos ayudó. Sabíamos que nos que quedaba poco tiempo. Se acercaba la Navidad y decidimos que ya era hora de enseñarle aquella maleta a nuestros hijos. Adornamos nuestra casa y al colocar los regalos bajo el árbol, envolvimos la maleta y la colocas allí con una dedicatoria que decía: “para nuestros hijos, abrid la mañana de Navidad”.
El día de Navidad abrieron la maleta. Dentro vieron un millón de fotografías de todos os años, peluches, algunas de sus cosas, cartas y notas, las cosas de nuestras boda… Mi mujer y yo le explicamos que era aquello, mientras de la emoción llorábamos. Ellos también lloraban desconsoladamente. Desde luego ese día fue, como nosotros planeamos, algo mágico y que nunca olvidaríamos ninguno de la familia. Nosotros ya habíamos hecho a alguien feliz, ahora le tocaba a nuestros hijos.
Siguieron pasando los meses y, aquella maleta nos abrió los ojos para darnos cuenta de que estábamos hechos el uno para el otro. Ese día, cuando empezamos a salir, le regalé un peluche unas flores artificiales, que metimos a nuestra maleta de los recuerdos. El día que nos dimos nuestro primer beso estábamos en el cine. Fue un beso muy dulce. Yo metí las entradas de aquel día en nuestra maleta. Estuvimos saliendo durante años.

Decidí dar el gran paso, y quería formar una familia con ella. Le pedí matrimonio. Nuestra boda fue algo impresionante, mágico y que nunca olvidaríamos. Ella guardó el tocado que llevaba aquel día junto a su velo; yo, en cambio,  guardé mi corbata, entre otros muchos recuerdos de aquel día.
Compramos una bonita casa y al poco tuvimos a nuestro primer hijo. Después llegaron las gemelas. Éramos una familia muy feliz. Mi mujer y yo decidimos que deberíamos guardar recuerdo de nuestros hijos también, porque ellos formaban parte de nuestra familia también. Metimos cosas como sus primeros chupetes o biberones, o incluso dibujos que nos hicieron cuando habían crecido algo más. No queríamos que descubrieran nuestra maleta así que la escondimos debajo de nuestra cama, porque, aunque sabíamos que podían mirar allí, sabíamos que nadie rebuscaría dentro de una maleta cualquiera.
Nuestros hijos crecieron y formaron su propia familia. Siempre venían a visitarnos y nos ponía muy feliz ver a nuestro nietos crecer, y a nuestros hijos madurar. Guardábamos en nuestra maleta cosas como fotos, o cartas, o incluso facturas porque también queríamos recordar nuestros malos momentos.
Al ir pasando el tiempo, nuestros hijos por sus motivos, no podían venir a vernos tan a menudo. Entonces, mi mujer y yo, pasamos más tiempo solos Cuando ambos enfermamos, nuestra familia nos ayudó. Sabíamos que nos que quedaba poco tiempo. Se acercaba la Navidad y decidimos que ya era hora de enseñarle aquella maleta a nuestros hijos. Adornamos nuestra casa y al colocar los regalos bajo el árbol, envolvimos la maleta y la colocas allí con una dedicatoria que decía: “para nuestros hijos, abrid la mañana de Navidad”.
El día de Navidad abrieron la maleta. Dentro vieron un millón de fotografías de todos os años, peluches, algunas de sus cosas, cartas y notas, las cosas de nuestras boda… Mi mujer y yo le explicamos que era aquello, mientras de la emoción llorábamos. Ellos también lloraban desconsoladamente. Desde luego ese día fue, como nosotros planeamos, algo mágico y que nunca olvidaríamos ninguno de la familia. Nosotros ya habíamos hecho a alguien feliz, ahora les tocaba a nuestros hijos.

Elena Clemente, Sara Arroyo, Víctor Márquez, Damián Rodríguez, 2º A


HISTORIA DE UN ATENTADO

De repente me acuerdo de que no he preparado la maleta del trabajo, por lo que subo corriendo las escaleras y voy hacia mi habitación. Me entra pánico al darme cuenta de que allí no está, pero en lugar de la maleta hay una nota que pone:

“Pronto su ciudad sufrirá un atentado “

La nota estaba firmada por un tal Bin Laden a quien yo no conocía. Al instante escucho a alguien que sube por las escaleras y entra en la habitación mi compañero de piso, Josh, riéndose a carcajadas; le pregunto que donde está mi maleta y me dice que no lo sabe, que cree que está en mi oficina.
Llamo al trabajo y lo coge mi compañera Helen, que siempre está muy ocupada, por lo que le digo, que si había visto una maleta en la oficina. Me dice que no, que si la he perdido es mi problema. Al instante cortó la llamada y digo para mí mismo que seguro que está allí, pero ella no se ha molestado en mirar. Bajo a la calle, arranco el coche y me voy del tirón para el trabajo.

Llego a las torres y aparco el coche en la planta -3 y subo las escaleras, puesto que el ascensor está estropeado. Subo 50 plantas y llego reventado a las oficinas, allí me encuentro a Helen, le pregunto qué hora es, me contesta que lo mire yo mismo. No le hago caso y me voy a mi oficina, pero me encuentro de camino a mi jefe y me pregunta que por qué he llegado tan tarde. Le contesto que mi compañero de piso me había gastado una broma pesada. Me dice que no se vuelva a repetir, asiento y me voy a mi oficina.
Estoy sentado en mi oficina y ya he encontrado mi maleta. De repente oigo una explosión, el suelo empieza a temblar y por las ventanas solo se ve humo, las sirenas empiezan a sonar avisándonos que evacuemos el edificio, pero yo me quedo petrificado cuando veo derrumbarse la torre norte y una gran polvareda cubre todo el cielo.

El terror se apodera de mí, por la ventana observo como un avión de pasajeros se aproxima a la torre en la que me encuentro.
ANABEL VILLANUEVA, MIGUEL HERNÁNDEZ, CARLOS DE TENA 2º B

CRÓNICAS DE UNA YANDERE
Mientras bajaba las escaleras, me percaté de que el sótano parecía más oscuro de lo normal. Veía la luz parpadeante de una bombilla que lo iluminaba. Su rostro miraba al suelo y su pelo le tapaba la cara. Al escuchar el crujido de los viejos escalones que formaban parte de la escalera del sótano, alzó rápidamente su cabeza, percibí el miedo en sus ojos. Es comprensible, pero lo acabará entendiendo, lo hago por amor, lo hago por nuestro amor...
-Traigo la comida Yukkii,- dije mientras deposité una bandeja de comida en su regazo- deja que desate las cadenas...- acerqué mis manos a la esposas que lo mantenían retenido.
-¡¿Por qué haces esto!? - Me gritó de repente.
Me aparté de él rápidamente, y sin poder evitarlo, los recuerdos vinieron a mí...
Comenzaba una nueva vida para mí, nuevo instituto tras volver de las vacaciones tirando de mi maleta, pero si hay algo que recuerdo de aquel día, es que yo no sentía nada. Nunca puede ser capaz de sentir emociones. Yo pretendía ser normal, como las demás personas, pero en el interior, no sentía nada. No era tan malo como parece, a mí no me importaba, era normal para mí.
Pero todo cambió desde el momento que lo conocí, por primera vez, sentí algo. Un deseo muy grande y fuerte. Un anhelo. Una angustia. Una obsesión. Por fin entendía qué significaba el ser humana, el estar viva. Me encantaba ese sentimiento. Sólo me importaba él. Lo era todo para mí. Y alguien intentaba quitármelo. Ella lo amaba, pero no como yo lo amaba. Ella no lo apreciaba como yo, no se lo merecía, él solo me pertenecía a mí. Ella me había enseñado una nueva sensación, el odio. Quería detenerla, quería hacerle daño... quería matarla. No había nada que no pudiera hacer por él, nadie se interpondría entre nosotros.
No me importaba cuánta sangre tuviera que derramar. No iba a dejar que nadie me lo quitara. Nada más importaba, nadie más importaba. Él iba a ser mío. No tenía elección...
Pasaron los días, y cada vez amaba más a Yukkii, pude conseguir algunas pertenencias suyas, como su cepillo de dientes o una manzana mordida por él, todavía sabían a él. Y aquella chica era el único obstáculo entre él y yo...
Mi plan estaba en marcha, solo había una forma de que Yukkii fuera mío, solo mío, ella debía morir. No había otra salida. Comencé a seguirla, a investigar sobre ella, a espiarla... Me enteré de sus trapos sucios, pero no eran suficientes para acabar con ella sin levantar sospechas. Pero entonces me enteré que su padre abusaba de ella, y entonces todo estaba listo. Le propuse hablar sobre el tema en la azotea de la escuela, para supuestamente ayudarla. No fue difícil convencerla y, llegado el momento, batió sus alas... Finalmente, dejé una nota de suicidio, en la que ella lo confesaba todo. En poco, la policía arrestó a su padre y creyeron la argucia, por lo que podría decirse que... hice justicia.
Yukkii se vio muy afectado por la pérdida de esa maldita, pero yo sabía que él no sentía nada por ella, y todo lo que sintiera era mentira. Mi amor por él era verdadero, nuestro amor era verdadero.
Él comenzó a encerrarse en sí mismo, perdió su sentido del humor, perdió su carisma, perdió el brillo de sus ojos, su cabello se oscureció y la piel se le comenzó a hacer más pálida. Ya no era él mismo. Esa maldita chica le estaba haciendo sufrir, lo perseguía, lo atormentaba, tenía que cambiarlo.
Le dije que si quería venir a mi casa, que tenía que enseñarle algo, él aceptó, aunque sospechó y me preguntó para qué, era tan listo... Pero sin pensarlo, le respondí que era una sorpresa. No tuvo más remedio que venir.
Cuando llegó, le llevé hasta el sótano, y sin que se diera cuenta, lo empujé rápidamente a una silla. ¡No estaba loca! Era por amor, era por nuestro amor. Le inyecté una droga para poder atarle y cuando despertó, yo le bajaba por las escaleras con ese crujido, que te ponía los vellos de punta. Entonces fue cuando recordé que estábamos en aquel instante, y yo estaba frente a Yukkii, que me miraba con furia y me di cuenta de que Yukkii le había dado una patada a la bandeja.
-Yu...Yukkii...- susurré.
-Maldita loca- me dijo en tono despectivo.
Me dolía el pecho, era como una daga ese comentario, y me hirió. Comencé a llorar, pero yo sé que no era culpa suya. Sólo tenía que acostumbrarse. Paré de llorar y me acerqué a su rostro.
-Sé que tú no piensas eso realmente. Tú me amas y estaremos juntos para siempre.- le besé en los labios y cerré los ojos, después de unos segundos, me aparté de él. Subí loas escaleras y le deseé buenas noches.

Vuelvo a ser feliz, y nada ni nadie lo cambiará.

PABLO FONTELA, MARÍA VICTORIA ARROYO, MARÍA GONZÁLEZ, ALEJANDRO CHAPARRO 2º B

RECUERDOS EN UNA MALETA



La cárcel era desoladora, sólo de pensar que iba a estar allí un año más, me deprimí.

Solo podía pensar en Noah y en todo lo que había hecho. Entonces cuando ya empezó a angustiarme, un carcelero entró con una maleta, era mía. Afligido, la cogí, me la había regalado Noah. La abrí muy lentamente, recordando todos aquellos momentos que habíamos pasado juntos y las veces que la habíamos llevado en nuestros viajes. Esos pensamientos se fueron haciendo más intensos mientras abría la cremallera. Entonces descubrí entre mis cosas un carmín y un perfume que le regalé por su cumpleaños. Vi las fotos, aquellas bonitas fotos de nuestras vacaciones. Me sentía arrepentido, aún no me creía todo el mal que le había causado a la pobre Noah.

Estuve mirando el interior durante un par de horas, mi compañero de celda me miraba extrañado. Empecé a recordar y eché a llorar, mi compañero de celda empezó a hablar, pero ignoré lo que decía, pues estaba sumido en mis pensamientos.

Nos conocimos en un bar a las afueras de la ciudad, hace ya tres años. Nuestros dos primeros años fueron inolvidables, estábamos muy enamorados, incluso pensamos en casarnos. Pero llegó el tercer aniversario. Llegamos acaso después de haber cenado. A mi novia la llamaron del trabajo, o eso fue lo que me dijo. Noah se encerró en el cuarto, por alguna razón no quería que escuchara la conversación. Cuando acabó, salió de la habitación y me dijo que tenía que arreglar algo urgentemente. Me quedé perplejo,eran las doce de la noche,no podía ser del trabajo.Noah se había olvidado el móvil y miré las llamadas.

De repente, sentí que los celos se apoderaban de mí, a mi novia la llamó un tal Pedro y sabía que no era su jefe ni ningún amigo suyo.

Lleno de ira, fue detrás de Noah, que había llegado a un apartamento. Subí las escaleras persiguiéndola. Entró en una casa y cerró la puerta. Pude ver la silueta del hombre, apenas tenía ropa. Corrí hasta mi casa sin poder creer lo que había visto. Llegó a la mañana siguiente, parecía cansada.

Empecé a discutir con ella, le pregunté lleno de rabia donde habrá estado. Ella me contestó nerviosa que había ocurrido algo grave en el trabajo. Estaba totalmente furioso y, sin pensar en lo que iba a hacer empecé a pegarle. Cuando terminé de desatar mi irania se quedó en una esquina llorando. Estaba débil, herida y muy traumatizada. Sus brillantes ojos se volvieron oscuros, con la mirada perdida en un punto de la casa que yo desconocía. Su pelo estaba revuelto y lleno de sangre, con él se limpió una gran herida que tenía en su labio. Cuando me di cuenta de lo que había hecho intenté ayudarla, pero se negó, pensó que iba a volver a hacerle daño, así que corrió hasta el teléfono y llamó a la policía. No podía aguantarme, tenía que hacer algo, la cólera se apoderó de mí.

Comí una caja de metal y le di un fuerte golpe en la cabeza, se quedó tendida en el suelo. De repente, sentí que me iba a desplomar. ‘Ésta muerta´´-pensé-pero aún respiraba. La policía llegó unos minutos después y me detuvieron. Entonces me desperté en esta celda. Me pregunté si Noah me perdonaría algún día, pero me contesté diciendo que no me merecía su amor, lo que me merecía era pudrirme entre rejas.

ÚRSULA LUTZ, CURRO FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ DE TEMBLEQUE, LUCÍA PÉREZ CALDERÓN 2º B

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